jueves, 17 de diciembre de 2009

pues NAVIDad es Amor y caridaD…


¡Navidad! Pero, ¿qué Navidad?
No es el tiempo que llega o que celebramos cada mes de diciembre.


Todos los días son Navidad:
Es Navidad todas las veces que secamos las lágrimas
en los ojos de un niño;
Es Navidad todas las veces que dejamos las armas,
todas las veces que nos entendemos
y llegamos a un acuerdo;
Es Navidad sobre la tierra cada que paramos una guerra
y abrimos nuestras manos;
Es Navidad cada que obligamos a la miseria a alejarse;
Es Navidad sobre la tierra cada día.
Pues Navidad, hermano mío, es Amor y Caridad.


Es Navidad cuando nuestros corazones,
olvidando las ofensas,
son verdaderamente fraternales,
Es Navidad cuando en fin amanece la esperanza
de un amor más real,
Es Navidad cuando de repente se callan las mentiras
dejando lugar a la verdad y a la felicidad
Y cuando, en el fondo de nuestras vidas,
el sufrimiento que nos abruma encuentra alivio y dulzura.
Es Navidad sobre la tierra cada día.
Pues Navidad, hermano mío, es Amor y Caridad.


Es Navidad en los ojos del amigo y del hermano que visitamos en el hospital,
Es Navidad en el corazón de todos aquellos que
invitamos y con quienes compartimos
la felicidad normal,
Es Navidad en las manos de aquel que
comparte con nosotros hoy nuestro pan;
Es Navidad cuando el hambriento
olvida todos los ultrajes
y ya no siente y/o padece hambre.
Es Navidad sobre la tierra cada día.
Pues Navidad, hermano mío, es Amor y Caridad.


Con estas palabritas, mi intención ha sido de invitarles, hermanos, a reconocer que Dios se ha encarnado para que el hombre pueda contemplar su rostro. Una perfecta Navidad y por ende una perfecta oración, será buscar continuamente esta presencia de Cristo y reconocerla en cada rostro humano. Cada rostro humano es icono de Cristo.

Con los pastores, con todos los magos, el universo entero hacia Él,
se compromete a ver el rostro de nuestro Salvador.
¿Y tú?

Felicidades,
Feliz Navidad a cada uno y que Dios los bendiga.

NUESTRO ESCRITOR:
(misionero xaveriano,
originario de la República Democrática del Congo)


Mbula Niyitegeka Gilbert sx.




domingo, 29 de noviembre de 2009

Y tú... ¿Qué ESPERAS?


He aquí algo para comenzar a vivir el tiempo que los cristianos católicos llamamos "Adviento", es decir el "Tiempo de la esperanza"...

(da click en el ícono para escuchar el archivo de audio)

Nota: Predicación en la Celebración Eucarística Dominical de 12:00 hrs, del día 29nov2009, en la Capilla de la Divina Providencia, en la Col. Ampliación La Perla, Nezahualcoyotl, Estado de México, México.

¡Gracias, Ju, por el aporte!

Erick Fernado

lunes, 12 de octubre de 2009

MISIONEROS con Ángel...



Algo sobre los santos arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael. No sé si ustedes todavía creen en los ángeles. He de confesar que, por mi parte, aún creo. Aunque ya no del mismo modo como cuando era un niño y esperaba que hicieran mis trabajos y solucionaran mis temores y preocupaciones. Ahora creo en ellos en cuanto que son mensajeros de Dios y anuncian algo mayor que ellos mismos, la gloria de Dios.

En este sentido, veo en estos personajes cualidades propias que el misionero requiere adquirir para seguir a Jesucristo, evangelizador de los pobres. Por ejemplo, Miguel, que sabe reconocer al que verdaderamente es importante: “¿quién cómo Dios?”. Recordándonos así, la importancia de la humildad y la sencillez en nuestra manera de ser y de actuar como misioneros de Jesucristo. Por su parte, Gabriel, “la fuerza de Dios”, nos enseña a anunciar la mejor y más Alegre Noticia, que Dios ha querido estar para siempre con nosotros en la persona de Jesucristo. Así, quienes hemos sido llamados a ser evangelizadores no hemos de cansarnos de anunciar el Reino de Dios, tal como lo hacía Jesucristo, ni de afirmar que es en la persona, en la vida y en las actitudes de Jesús donde ese Reino de Dios se manifiesta en acto. A su vez, Rafael, el peregrino que hace manifiesta “la curación de Dios”, nos da muestras claras de la diligencia e itinerancia necesarias para hacer efectivo el evangelio, es decir, para hacer creíble que el Espíritu de Dios nos ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y a dar la libertad a los oprimidos.



Si asumimos la sinceridad y coherencia que los arcángeles nos enseñan de su vida como mensajeros de Dios, podremos unir nuestras voces a las del salmista cuando dice: “siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor” y asumiremos mejor nuestro compromiso misionero: “que todos los reyes de la tierra te reconozcan, al escuchar tus prodigios”.

Esta invitación a la sinceridad y a la coherencia, propia del “verdadero israelita en quien no hay doblez”, ha de remitirnos a la cuestión ¿creemos en Jesús sólo por los signos extraordinarios? O bien, somos capaces de reconocer la presencia de Dios donde quiera que se manifieste y reaccionar positivamente frente a ella. Por ejemplo, en lo ordinario de nuestros días que a veces parecen pasar sin pena ni gloria, o en los compañeros de casa, de estudios o de apostolado que han perdido el sentido o los ánimos por lo que hacen y que apenas sobreviven desangelados de su compromiso misionero. El apóstol Natanael tuvo la fortuna de que, su amigo Felipe, se decidiera a ser su mensajero y le anunciará: quién como Dios para curar nuestras desolaciones, quién como Jesucristo que anuncia el Reino de Dios y con ello la posibilidad de que otro mundo sea posible.



Estos anuncios de alegría y esperanza en Dios son los que abren el cielo y permiten sentir la presencia cercana de Jesucristo, el Hijo del hombre que nos enseña a vivir como hijos de Dios. Por nuestra parte, ¿cuáles son los mensajes que transmitimos?
¿Tenemos ángel para transmitir con eficacia el evangelio?

Erick Fernando

sábado, 1 de agosto de 2009

MISTERIO PASCUAL Y VIDA CRISTIANA

LA PASIÓN DE JESÚS

La expresión: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” del salmo 22 (21), Señor Jesús, revela la profundidad de tu agonía, el sufrimiento de tu alma, el sufrimiento de tu cuerpo en último abandono. De modo que, puedo afirmar con certeza que son tus palabras.

Cuando paso por momentos de prueba seguido me cuestiono ¿cómo puedo equiparar mis sufrimientos a los tuyos? ¿Cómo puedo pretender subirme a tu cruz y dar tu grito, consagrado para siempre en la exclusividad de tu pasión? ¿Cómo he de hacer uso de tus palabras de pasión sin restarles su valor?

Sin embargo, una parte de mí me dice que las palabras de este salmo también son mías y que tengo la necesidad y el derecho de pronunciar esas palabras, al menos, como humilde eco de las tuyas. Y es que, yo también me encuentro acosado por la muerte, ignorando lo que me aguarda al final de mi vida y angustiado por aquellos momentos en que la desolación cubre mi alma con las sombras del dolor. No pretendo ponerme a tu altura, Señor, pero reconozco que, también yo experimento con crudeza momentos de angustia y desesperación, de soledad y de abandono.

En esas ocasiones en que la vida pierde el sentido, que nada tiene explicación, que no descubro ninguna buena razón para seguir viviendo, en esos precisos momentos en que me experimento a pesar de todo y de todos en el abandono total, ante el límite del sufrimiento y al borde de la frontera de la desesperación, no encuentro otra expresión para externar mi pasión que aquel: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

No cabe duda que, lo que mejor nos hace iguales entre nosotros es la experiencia del sufrimiento y de las experiencias de sufrimiento ninguna hay como la del sufrimiento del alma. Por ello, Señor, tu pasión es mi pasión, enséñame a vivirla con dignidad.

LA MUERTE DE JESÚS

¿Dónde estás tú, Señor, cuando la noche negra se vuelve contra mí? Si como dice el salmista “de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso.” De hecho, es precisamente tu ausencia la que causa el dolor. Si tú estuvieras a mi lado, podría soportar cualquier dolencia y enfrentarme a cualquier tormenta. Pero me has abandonado, y ésa es la prueba, la soledad de la cruz en Viernes Santo.

La gente me habla de ti en esos momentos, lo hacen con buena intención, estoy seguro, pero no hacen más que agudizar mi agonía. Puesto que, si tú estás ahí, entonces, ¿por qué no te muestras? ¿Por qué no me ayudas? Si tú rescataste a nuestros padres en el pasado, ¿por qué no me rescatas a mí ahora?

Y sin embargo, por más que te busque y te llame, no parezco contar para nada en tu presencia. Una vez más me hago eco del salmista cuando afirma “yo soy un gusano, no un hombre”, o al menos así es como me siento en estos momentos, nada hay peor cuando me aprietas contra el polvo de la muerte.

Y si tú no estás aquí me sobra el aire, me sobra el sueño, todo termino… ¡Fracase! Como tú, en aquella cruz en que todo termino… ¿o no?

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Alguna vez algún amigo me dijo: “cuando todo está peor es cuando más debemos insistir”. No obstante, era necesario que tocara fondo, que llegara al fin de mis fuerzas para caer en la cuenta de que, LA SALVACIÓN ME VIENE SOLAMENTE DE TI. Me quejaba a ti de que me habías abandonado, precisamente porque sabía que estabas allí. Muéstrate ahora, Señor. Devuelve el vigor a mi cuerpo y la esperanza a mi alma, haz que yo vuelva a sentirme hombre con fe en la vida y alegría en el corazón, que vuelva yo a ser yo mismo y a sentir tu presencia. Eso es pasar de la muerte a la vida, y quiero poder dar testimonio de tu poder de rescatar a mi alma de la desesperación como prenda de tu poder de resucitar al hombre para la vida eterna.

Quiero afirmar con certeza las palabras del Apóstol Pablo: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él. Su muerte implicó morir al pecado de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. En consecuencia, también ustedes deben considerarse muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.” (Rom 6, 8-11)

...PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

1) ¿En qué momentos siento la necesidad y el derecho de orar con el salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”? Examina uno de esos momentos.
a. ¿Qué fue lo que origino el sentimiento de angustia y desesperación?
b. ¿Cómo reaccione durante ese arrebato de desolación?
c. ¿Para qué me sirvió aquella crisis en mis convicciones personales?
d. ¿Para qué me sirvió aquella crisis en mi vida de fe?
2) ¿Cómo asumo en mi vida la posibilidad de mi muerte?
3) ¿Soy capaz de descubrir la presencia de Dios en medio de mis fracasos?
4) ¿Cómo he intentado hacer conciencia, en los planes de mi vida, que “sólo Dios basta”?

Erick Fernando

jueves, 30 de abril de 2009

POR UNA TEOLOGÍA CON ESPÍRITU

“La alternativa en la que se constituye la espiritualidad no es la de alma y cuerpo, espíritu y materia, sino la de VIDA O MUERTE. Caminar según el Espíritu es caminar de acuerdo con la vida, el amor, la paz y la justicia (los grandes valores del Reino de Dios) y contra la muerte.”

-John Sobrino-


En la vida cotidiana se hace uso de frases hechas para expresar admiración, gusto, susto, disgusto, acuerdo o desacuerdo, por ejemplo: ¡Oh, por Dios! ¡Que Dios nos proteja! ¡Dios mío! ¡Santo Dios! ¡Que Dios te bendiga! ¡Ve con Dios! ¡Quiera Dios! ¡Sabrá Dios! ¡Válgame Dios! ¡Primero Dios! ¡Gracias a Dios! Por mencionar algunas. Sin embargo, aunque éstas sean frases hechas o simples exclamaciones, cabe preguntar ¿a qué nos referimos al hablar de “Dios”? Ya que pareciera un término que puede ser usado para cualquier ocasión, pero que en determinadas situaciones puede causar equívocos, confusión o desacuerdos. De este modo, el término “Dios” no es tan inmediato, ni asequible, ni presente, no siempre familiar y en consecuencia, no tan fácil de postular como el “gran dato”, tal como algunos hombres de la Ilustración pretendían plantearlo.

Con todo y a pesar de que en nuestros días el concepto “Dios” no parece ser un dato seguro, especialmente para la filosofía y la ciencia, no podemos dejar de lado el hecho de que es actual y que para un amplio sector de la población, particularmente para la gente sencilla, “Dios” no es sólo un concepto, sino toda una realidad, y una realidad que fundamenta y sustenta sus propias vidas.

Ahora bien, para creyentes y ateos, en sus vertientes radicales, no existe tal cuestionamiento sobre Dios, a unos por convencidos y a otros por descreídos. No obstante, hay un sector intermedio de personas que se debaten entre el “sí y el no” de la fe, que están a un paso de la creencia y a otro de la increencia. Sería injusto tacharlos de “tibios” cuando lo que buscan es poder hablar con sentido sobre la realidad divina de frente al mal, la verdad, el amor, la muerte, el absurdo y todo lo que aqueja a la existencia humana y se preguntan por Dios, por el hombre y por el mundo.
Es posible constatar que al hombre le viene inherente una inquietud que trata de explicar su mundo y que le interroga por el significado y dirección de su existencia, cosa que no encuentra en las cosas que se le aparecen a la mano, por lo que, busca insistentemente un principio y fundamento último de sí y su libertad.

En este sentido, en tanto que la libertad no nos proviene ni de nosotros mismos ni de los entes con los que nos relacionamos tenemos que pensar que esta libertad sea algo fuera de nosotros y además fuera de la naturaleza. Necesitamos considerar que la libertad tiene su origen, si es que puede decirse así, en algo extra humano y nos viene dada como algo regalado, es decir como algo no obtenido a base de esfuerzo humano. Sin embargo, tanto Dios como la Nada resultan ser algo extrahumano, por lo que cabe preguntarnos si algunos de ellos es el fundamento último que buscamos y si elegir a uno anula al otro.

Considérese que la condición del hombre es de inseguridad, de incertidumbre y esto lo conduce a un estado de miedo ante el riesgo de la contingencia de todo lo humano. De hecho, es justo la contingencia humana la que hace volver la mirada al que interroga a lo trascendente en un intento por conquistar el control y la disponibilidad de lo indisponible. Aquí cabe hacernos otra pregunta, entonces ¿recurrir a Dios es salvación o condena? Es decir, ¿se recurre a Dios como solución a la contingencia humana o sólo como evasión y anestesiamiento de una nota constitutiva del hombre?
A la teología le corresponde asumir un talante esperanzador y práctico que le permita ser una reflexión con espíritu. Es necesario que la teología no olvide su estatuto espiritual, debe ser hecha con espíritu y con el Espíritu de Dios pues sólo así será capaz de comunicar espíritu y el Espíritu de Dios. En otras palabras, el nivel de la VIVENCIA de la fe sostiene el de la INTELIGENCIA de la fe. La firmeza y el aliento de una reflexión teológica están precisamente en la experiencia espiritual que la respalda. Una reflexión que no ayude a vivir según el Espíritu no es una teología cristiana. En definitiva, toda auténtica teología es una teología espiritual.

Una teología espiritual no significa, por lo tanto, ignorar las exigencias de su propio quehacer ni suplirlas voluntaristamente con un lenguaje espiritualista o emocional. Una teología toda ella espiritual debe propiciar ánimo para la vida cristiana, dar vida y unificar todas sus dimensiones y contenidos. Para ello debe remitirse a una experiencia espiritual originante, mantenerla y abrirla siempre a la historia.

No podemos dejar de considerar al reflexionar sobre la realidad de Dios la responsabilidad y el compromiso que el hablar acerca de Dios imprime en la atención al más necesitado. Esta es la enseñanza evangélica, por excelencia, que ofrece Jesús de Nazaret: a Dios se le encuentra y se le atiende en el hermano, especialmente en el marginado. De este modo, ya sea como experiencia de sentido último o como experiencia de encuentro, la actitud cristiana ve en Dios una respuesta a su existencia. Pero la conciencia de dependencia y obligación conlleva unas condiciones antropológicas concretas para poder ser verdaderamente de carácter religioso: ha de tener como finalidad humanizar al hombre y favorecer su cumplimiento como persona sin absorción ni apoderamiento. Además, no ha de perder de vista que solo ama a Dios quien se ha experimentado amado por él, con lo que aun cuando la religión sea experiencia humana tiene un sustento extra o sobre-humano, es decir divino.

De este modo, no basta que la teología hable ACERCA DE DIOS, sino que tiene que dejar hablar A DIOS, y además, mover a que el hombre hable CON DIOS y remitir al hombre a Dios. Por tanto, el contenido teológico debe ayudar realmente a hacer la experiencia de Dios.
Consecuentemente, ese hacer la experiencia de Dios tendría que llevar al hombre a hacer la historia según Dios. Si la teología no ayuda a que el espíritu del creyente esté a la altura del paso de Dios por la historia, hará muchas otras cosas buenas, pero no la fundamental ni la más urgente hoy: caminar de acuerdo con la vida y contra la muerte.

Ante esta realidad, hay que reconocer que, no cualquier tipo de cristianos, pero sí los cristianos políticos, son atacados, difamados, amenazados, expulsados, capturados, torturados y amenazados. Si tanta sangre derramada de obispos, presbíteros, religiosas, catequistas, delegados de la palabra y también de cristianos que son campesinos, obreros, sindicalistas y combatientes, no convenciera de que lo político es un ámbito propio para la santidad; más aún, de que en la actualidad la santidad pasa normalmente por lo político, no habría discurso teológico capaz de convencer de ello. Pero quien no se convenciera, al menos ante algunos casos evidentes, tampoco podría interpretar la muerte de Jesús como la muerte del justo, sino que sólo le quedaría la alternativa de interpretar la muerte de un blasfemo y subversivo, tal como lo deseaban los poderosos de su tiempo.
Para concluir, lo divino interpela al hombre en toda su humanidad, por ello mismo para el cristianismo es tan importante el misterio de la Encarnación, en la que el mismo Dios se hace hombre. Sin embargo no hay que perder de vista que en el acto de captación objetiva, la aprehensión de lo que signifique “Dios”, va ligada a un enmudecimiento ante el mismo, debido a que al enfrentarse a lo misterioso éste resulta siempre huidizo y escurridizo. A pesar de ello, no podemos perder de vista que para el creyente, el Dios de Jesucristo, que es fundamentalmente “Papito”, no es de ninguna manera un ideal o una proyección, sino radicalmente una realidad, más aún una realidad que configura su manera de ser y de existir, una realidad que se aparece, se revela, apela al hombre y le exige responsabilidades. En consecuencia, la reflexión teológica no puede ser simple actividad trivial, sino más bien actividad fundada en la reactividad, y reactividad que de ninguna manera puede ser enajenante, ni mucho menos alienante, sino todo lo contrario, reactividad que hace al hombre volver la mirada a lo que lo libera de manera más radical y lo hace más humano entre los humanos, es decir que lo hace testigo fiel de la resurrección.

Erick Fernando

martes, 3 de marzo de 2009

Sobre la Oración y el Padre Nuestro

Cuántos años y cuántas veces he pronunciado esta oración del Padre Nuestro, en cuántos lugares y ante cuántas situaciones, ante cuáles personas y por cuántas intenciones. Y aún así, a veces siento que no digo nada. No sé si Dios me escucha. Y pareciera que o debo buscar otros discursos o bien, darme por vencido de una vez por todas. Sin embargo, hoy Jesucristo me da una palabra que me hace querer intentar las cosas una vez más: “El Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan”; e insiste: “por eso no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados”.


“Serán escuchados.” Pero yo pocas veces me detengo a escuchar a Dios. Mucho menos si me presenta su palabra como yo no la esperaba. Con palabras que me hacen ver el absurdo de mis acciones o por medio de personas a quienes tengo en poca estima y menos aún, si me pide tomar compromisos de frente a esa palabra. No obstante, ya el profeta Isaías me recuerda que el Señor afirma: “La palabra que sale de mi boca no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión.”

“Cumplirá su misión”. Te ruego, Padre bueno, que también yo sea capaz de cumplir mi misión, para que el Reino del que nos habló tu Hijo se haga presente y sensible “tanto en el cielo como en la tierra.” Enséñame a cumplir tu voluntad, para ser más dócil y menos pedante, y así tener siempre presente el compromiso que me pide tu Palabra: “perdonar a los que me ofenden, para sentirme en confianza de pedir tu perdón.”

Y como seguramente, he de olvidar pronto lo que me exige el llamarte “Padre nuestro”, te pido también que, no me permitas quedarme en la tentación, sino aprovecharla para aprender a hacer el bien.

Por último, te dedico los versos de una canción que escuche hace poco y me hizo pensar en ti. Es de Beto Cuevas, el ex-vocalista de La Ley, ahí te lo encargo.

Háblame… Aunque no te escuche, háblame
Mírame… Aunque no me veas, mírame
Porque yo te siento, desde el universo hasta el final
Vivo eternamente en ti

Háblame… No me ignores, sólo háblame
No me creas lejos
Siénteme… Estoy muy cerca, sólo siénteme
Porque el día es corto y la noche invita a olvidar
Que fuimos uno y nadie más pudo remplazarnos

Resistiré hasta que termine este dolor
Perdonaré si ya no estás

Somos lo que somos
Estamos solos
Y nos entendemos a lo lejos
Somos lo que somos
Estamos todos desunidos
pero queremos amor

Háblame… No me ignores, sólo háblame
Mírame… Estoy muy cerca, sólo siénteme
Porque el día es corto y la noche invita a olvidar
Que fuimos uno y nadie más
Vivo eternamente

Padre Bueno, bendice a esta comunidad de misioneros en formación, para que ya no estemos ni solos ni desunidos y nos ocupemos en dar cumplimiento a tu voluntad. Amén.