sábado, 24 de diciembre de 2011

VER, JUZGAR Y ACTUAR PARA SER NAVIDAD



Por estos días la gente va y viene, de un lugar a otro y de un estado de ánimo a otro. Algunos se encuentran comprando mientras otros están cocinando. Las calles, plazas y centros comerciales están llenos de personas, de adornos y de muchas otras cosas. Las casas comienzan a poblarse de comensales y una que otra dieta, o juramento, será ignorado, pues la de hoy es una noche especial… La de hoy es una noche especial, o al menos eso dice la gente. Muchos intuyen que algo diferente está ocurriendo, pero pocos recuerdan el motivo original y originante, razón por la cual, algunos desde temprano ya se están aburriendo. Y es así, como año tras año “cuidamos la sana tradición”, o bien, nos perdemos en “superficiales costumbres” que generan adicción. Pero quién sabe, quizá sea la oportunidad precisa para preguntarnos, realmente, ¿qué está pasando? ¿Qué y a quién estamos celebrando?

Esta noche conmemoramos el cumplimiento de una promesa: el Dios en quien confiamos ha decidido estar con nosotros, entre nosotros, y algo sin igual, ha decidido estar en uno como nosotros… Hay una poesía quechua que dice “Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios, pero tú que estuviste siempre bien no sientes nada de tu creación, y el hombre si te sufre, el Dios es él”. Bueno, pues esta noche nos alegramos de que el Hijo de Dios haya sabido ser Dios y haya decidido ser el Hijo del Hombre, como él gustaba de llamarse a sí mismo y que con la fuerza del Espíritu Santo nos haya mostrado, con su persona y en su existencia, el Camino que en Verdad nos lleva a la Vida.

Buscando en internet encontré alguna página que decía: “No confundir Navidad con Natividad”. Y ahora entiendo porque algunas de nuestras navidades son tan vacías y superficiales… No hemos querido entender que festejar la Navidad consiste en asumir el compromiso de la Natividad. En realidad no importa si Jesús nació en invierno, en primavera o en otoño, pero lo que si importa es que con su nacimiento todas las posibilidades se nos han abierto, pues Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, nos ha enseñado que para el que tiene fe todo es posible. Es posible vivir como familia incluso con los que no son de nuestra sangre, es posible convivir con los que piensan diferente a nosotros, es posible levantarse una y otra vez no importando los problemas o preocupaciones que nos estén aquejando, es posible llamar a Dios Papito Nuestro, es posible amar y perdonar, a propios y extraños, hasta el extremo de dar la vida por ellos, es posible hacer en este mundo, tan frágil y cambiante, el Reino de Dios… Sí, es posible el Reino de Dios, pero sólo si tomamos el Camino que nos enseño este Niño envuelto en pañales: “lo que quieran que los demás hagan por ustedes, háganlo ustedes por los demás, es decir, ámense unos a otros como yo los he amado.”

Es por esto que, esta Noche de Paz yo no les deseo que Jesús nazca en sus corazones… les deseo mucho más. Deseo que además de nacer en sus corazones, para que puedan experimentar armonía, estabilidad y bienestar, también, y especialmente, nazca en sus pensamientos para que aprendan a tomar decisiones con los criterios que lo hacía Jesús; les deseo que nazca en sus voluntades para que tengan la valentía de hablar con quienes tengan que hablar y solucionar lo que tengan que solucionar; les deseo, además, que Jesucristo nazca en sus actitudes para que con su comprensión, cercanía y misericordia, quien les vea a ustedes, pueda decir como los pastores de Belén, los magos de Oriente y todos los que convivieron con Jesús: “Hoy… hoy nos ha nacido el Salvador”.

Queridos compañeros en el seguimiento de Jesucristo, con todas mis fuerzas y con todo cariño, yo les deseo en esta Noche y para todos los días de su vida: “Sean ustedes Navidad” para que nuestra convicción se refuerce a cada instante: “Dios esté con ustedes…”

Con un fraternal abrazo,

miércoles, 5 de enero de 2011

MANIFIESTO pOr La ALtErNaTiVa De ViDa...


“Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha ganado su paz…
        pero ha perdido su futuro”
-Anthony de Mello s.j.-

Hay quienes piensan que SER CRISTIANO supone ser una persona resignada, conformista y conservadora. Desde esta concepción al cristiano le interesaría que las cosas sigan igual porque así han sido siempre y porque nada puede cambiar. ¡Acaso Dios así lo quiera y por eso lo permite!

Pensamientos y actitudes de este tipo son de lo más alejado a la identidad cristiana. Jesucristo afirmó que había sido enviado para dar Buenas Noticias a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, para dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos (Lc 4, 18). Y no es posible lograr estas pretensiones sin subvertir los valores y prioridades ordinarias de la sociedad que ha dejado fuera del juego social a este tipo de gente por no estar a la altura de las circunstancias.

Lo más característico de Jesucristo, en su actividad itinerante como proclamador del Reino de Dios, consiste en haberse convertido en un tipo problemático para las autoridades judías. La causa, su predicación y sus señales ponían al descubierto las intenciones más profundas de cada persona. Para Jesús es más importante la persona, incluso por encima de las tres instituciones más sagradas de los judíos: la Ley, el Sábado y el Templo. Y por si esto fuera poco, no sólo pone el acento en la persona, sino en las personas menos valiosas, al grado de llegar a afirmar que “las prostitutas y los publicanos aventajan el camino del Reino de Dios”.

Es notorio que Jesucristo fue un subversivo, porque invirtió o transformó los valores que ya no daban vida. Jesucristo fue Alternativa de Vida que suscitaba motivos de Esperanza, hacía sentir que las cosas podían ser de otro modo, y de hecho, hacía que las cosas fueran como habían sido creadas desde el principio, para dar vida. Pero hay que dejar en claro que Jesucristo no fue un subversivo porque quisiera estar en contra de las autoridades, sino porque éstas habían olvidado que la voluntad de Dios consiste en que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, “que todos tengan vida en plenitud”. Debido a ello, cuando Jesús va conformando su comunidad, le insistirá hasta el cansancio que “es más importante dar que recibir” (Cfr. Mt 6,3), “que él mismo no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mc 9,35) y que es necesario “hacer a los demás lo que queramos para nosotros” (Mt 7,12). Inclusive, y ésta es una de las mayores subversiones de Jesucristo, deja dicho que “hay que amar a los enemigos” (Lc 6,27)…


Por supuesto que todas estas cosas no fueron entendidas por los discípulos sino hasta después de la Pascua. Sólo la resurrección fue capaz de lograr la más radical subversión. La de la muerte a la vida. Después de la resurrección y gracias a la acción del Espíritu Santo, los discípulos también se convirtieron en unos subversivos y fueron capaces de generar una sociedad de contraste: SER ALTERNATIVA DE VIDA, PARA DAR MOTIVOS DE ESPERANZA. Causaban sorpresa, admiración y, en algunos casos, incluso miedo. ¡No vaya a ser contagiosa esa “enfermedad”!

Ser sociedad de contraste fue lo que le trajo tantos problemas a la primera comunidad cristiana. Gracias a ello fueron expulsados de la comunidad judía y debido a ello el Imperio Romano comenzó a cazarlos. No obstante, los primeros cristianos eran bien conscientes de la gran vocación, de la gran misión que Dios les había concedido de mostrar al mundo que LAS COSAS PUEDEN SER DE OTRO MODO, que las relaciones pueden ser MÁS EQUITATIVAS Y MÁS HUMANAS. 

Sin embargo, la inminente venida de Jesús no ocurría y había que organizar mejor a la comunidad con tal de que pudiera subsistir al devenir de la historia. Fue así como gradualmente se fue institucionalizando a la Iglesia. Conforme fue teniendo éxito la consolidación institucional que supo sobreponerse a persecuciones, luego a las relaciones con el Imperio y más adelante, a los conflictos internos de las herejías, se fue organizando un nuevo sacerdocio, un nuevo culto y hasta un nuevo templo. Aún así, el talante subversivo de la tradición cristiana era el hilo conductor.


Antes de continuar hay que aclarar que, al decir “Tradición”, lo que se quiere decir es: la conciencia colectiva de los acontecimientos vistos y vividos como revelación de parte de Dios, preservados por medio de la predicación oral del Kerigma (anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo) por parte de los Apóstoles y que, posteriormente, dieron pie a la redacción escrita que fue constituyendo al Nuevo Testamento. En pocas palabras, Tradición es la vida misma del pueblo en cuanto Pueblo de Dios.

Siglos han pasado, y aunque hay que reconocer que la Iglesia ha coqueteado con el poder, el Evangelio no ha perdido su fuerza contrastante. Por eso es de vital importancia reconocer que es la Sagrada Escritura la que tiene preeminencia sobre la Iglesia, aun cuando la Escritura se ha ido conformando y consolidando al interior de la Comunidad. Por eso para seguir manteniendo el talante subversivo de la tradición cristiana es necesario no disociar Escritura y Comunidad, es decir, Biblia e Iglesia.

Es posible que, en la actualidad, no toda la comunidad cristiana sea capaz de mostrar su ser “comunidad de contraste”, su ser “Alternativa de Vida”, pero, gracias a Dios, jamás ha carecido la Iglesia de personas cuya predicación y actuación hacen palpable que unas relaciones más equitativas y justas son posibles. El trabajo es de todos. Jesucristo, los Apóstoles y cristianos de todos los tiempos han hecho lo que podían. Y en varios casos, eso poco que podían resultó ser bastante. Ahora bien, ¿qué nos toca a cada cual para continuar con el talante subversivo de la tradición cristiana? ¿Cómo mostrar nuestra preferencia por la vida contra actitudes de muerte? ¿Qué hacer para volver a ser, como al inicio, sociedad de contraste en la que haya relaciones más equitativas y fraternas? ¿Cómo ser hoy Alternativa de Vida para dar Motivos de Esperanza?

  
Quizás haga falta renunciar a algunas prerrogativas que, con el paso del tiempo, se han venido ganando. Estatus social, estructura jerárquica, holgura económica, estamento jurídico. Es difícil seguir siendo sociedad de contraste cuando sentimos que ya hemos llegado al modelo que Jesús quería. No es necesario renunciar al aspecto institucional de la Iglesia, basta con tener bien presente que toda institución es provisional. Basta con recordar que la “Tradición” cristiana es más antigua que la institución eclesial medieval, y si bien es más antigua, también es más subversiva, más crítica.

Hay que tener en cuenta también que, para seguir manteniendo el talante subversivo de la Tradición cristiana, no necesitamos una revolución armada. La revolución armada es la lógica común y ordinaria que busca superar la violencia con más violencia. En el cristianismo las cosas no funcionan igual. La Tradición cristiana exige la subversión de la entrega. Dios, en Jesucristo, asume la violencia y la subvierte. A Dios se le conoce en la medida que se experimenta el perdón. Desde esta lógica se recupera la memoria de las víctimas y, por medio de la subversión de las historias, se busca vivir como víctimas no resentidas, lo que supone “escándalo para unos y locura para los otros”, pero no para quien vive en Jesucristo.


Un testimonio a favor de la lógica de la víctima no resentida lo encontramos en el siguiente argumento de la película “La Misión”, cuando el personaje de Robert de Niro, Rodrigo Mendoza, decide tomar las armas para defender a los guaraníes de la Misión, de la invasión armada portuguesa:
- Rodrigo Mendoza: “Padre, vengo a que me bendiga”
- P. Gabriel: “No. Si obra bien, Dios le bendecirá. Si obra mal, mi bendición no le servirá de nada. Si la fuerza es lo que vale, no hay lugar para el amor en el mundo. Puede que sí, que así sea. Pero yo no tengo ánimo de vivir en un mundo así, Rodrigo. No puedo bendecirle.”

“Si la fuerza es lo que vale, no hay lugar para el amor en el mundo.” Esta lógica es la que hay que subvertir. No podemos permitir que la fuerza siga oprimiendo a la vida. Por ello, es necesario crear relaciones más justas, más fraternas, en las que el amor permita un trato más equitativo. Y eso debe comenzar por la propia casa. Al interior de la misma Iglesia necesitamos superar los “distanciamientos laicales-clericales”. Después de todo, también los Papas se iniciaron “laicos” en la comunidad… y si esto es cierto del obispo de Roma, ¿no lo es también de los demás obispos e incluso de presbíteros y diáconos?

Parece que, después de casi dos mil años de trayectoria cristiana, aún no hemos entendido que el más grande de la comunidad es el que se pone al servicio de los demás. Que “padre”, “señor” y “maestro” sólo lo es Dios en Jesucristo (Cfr. Mt 23,9), y que a Él, aún siendo de condición divina, no le preocupó “reducirse al estado laical”, antes bien, se asemejó en todo a nosotros, los “simples mortales”, menos en el pecado.

Los orígenes de la Tradición cristiana nos transmiten la petición de Jesucristo: “Hacer esto en memoria mía.” Y no sólo se refiere a la celebración litúrgica de la Eucaristía, sino a mantener vivo el talante subversivo de la Tradición cristiana. 

 ¿Estaremos preparados para seguir siendo sociedad de contraste, para Ser Alternativa de Vida que suscite motivos de Esperanza?  Porque tal misión sigue vigente… 
  Erick Fernando C.M.