sábado, 1 de agosto de 2009

MISTERIO PASCUAL Y VIDA CRISTIANA

LA PASIÓN DE JESÚS

La expresión: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” del salmo 22 (21), Señor Jesús, revela la profundidad de tu agonía, el sufrimiento de tu alma, el sufrimiento de tu cuerpo en último abandono. De modo que, puedo afirmar con certeza que son tus palabras.

Cuando paso por momentos de prueba seguido me cuestiono ¿cómo puedo equiparar mis sufrimientos a los tuyos? ¿Cómo puedo pretender subirme a tu cruz y dar tu grito, consagrado para siempre en la exclusividad de tu pasión? ¿Cómo he de hacer uso de tus palabras de pasión sin restarles su valor?

Sin embargo, una parte de mí me dice que las palabras de este salmo también son mías y que tengo la necesidad y el derecho de pronunciar esas palabras, al menos, como humilde eco de las tuyas. Y es que, yo también me encuentro acosado por la muerte, ignorando lo que me aguarda al final de mi vida y angustiado por aquellos momentos en que la desolación cubre mi alma con las sombras del dolor. No pretendo ponerme a tu altura, Señor, pero reconozco que, también yo experimento con crudeza momentos de angustia y desesperación, de soledad y de abandono.

En esas ocasiones en que la vida pierde el sentido, que nada tiene explicación, que no descubro ninguna buena razón para seguir viviendo, en esos precisos momentos en que me experimento a pesar de todo y de todos en el abandono total, ante el límite del sufrimiento y al borde de la frontera de la desesperación, no encuentro otra expresión para externar mi pasión que aquel: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

No cabe duda que, lo que mejor nos hace iguales entre nosotros es la experiencia del sufrimiento y de las experiencias de sufrimiento ninguna hay como la del sufrimiento del alma. Por ello, Señor, tu pasión es mi pasión, enséñame a vivirla con dignidad.

LA MUERTE DE JESÚS

¿Dónde estás tú, Señor, cuando la noche negra se vuelve contra mí? Si como dice el salmista “de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso.” De hecho, es precisamente tu ausencia la que causa el dolor. Si tú estuvieras a mi lado, podría soportar cualquier dolencia y enfrentarme a cualquier tormenta. Pero me has abandonado, y ésa es la prueba, la soledad de la cruz en Viernes Santo.

La gente me habla de ti en esos momentos, lo hacen con buena intención, estoy seguro, pero no hacen más que agudizar mi agonía. Puesto que, si tú estás ahí, entonces, ¿por qué no te muestras? ¿Por qué no me ayudas? Si tú rescataste a nuestros padres en el pasado, ¿por qué no me rescatas a mí ahora?

Y sin embargo, por más que te busque y te llame, no parezco contar para nada en tu presencia. Una vez más me hago eco del salmista cuando afirma “yo soy un gusano, no un hombre”, o al menos así es como me siento en estos momentos, nada hay peor cuando me aprietas contra el polvo de la muerte.

Y si tú no estás aquí me sobra el aire, me sobra el sueño, todo termino… ¡Fracase! Como tú, en aquella cruz en que todo termino… ¿o no?

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Alguna vez algún amigo me dijo: “cuando todo está peor es cuando más debemos insistir”. No obstante, era necesario que tocara fondo, que llegara al fin de mis fuerzas para caer en la cuenta de que, LA SALVACIÓN ME VIENE SOLAMENTE DE TI. Me quejaba a ti de que me habías abandonado, precisamente porque sabía que estabas allí. Muéstrate ahora, Señor. Devuelve el vigor a mi cuerpo y la esperanza a mi alma, haz que yo vuelva a sentirme hombre con fe en la vida y alegría en el corazón, que vuelva yo a ser yo mismo y a sentir tu presencia. Eso es pasar de la muerte a la vida, y quiero poder dar testimonio de tu poder de rescatar a mi alma de la desesperación como prenda de tu poder de resucitar al hombre para la vida eterna.

Quiero afirmar con certeza las palabras del Apóstol Pablo: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él. Su muerte implicó morir al pecado de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. En consecuencia, también ustedes deben considerarse muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.” (Rom 6, 8-11)

...PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

1) ¿En qué momentos siento la necesidad y el derecho de orar con el salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”? Examina uno de esos momentos.
a. ¿Qué fue lo que origino el sentimiento de angustia y desesperación?
b. ¿Cómo reaccione durante ese arrebato de desolación?
c. ¿Para qué me sirvió aquella crisis en mis convicciones personales?
d. ¿Para qué me sirvió aquella crisis en mi vida de fe?
2) ¿Cómo asumo en mi vida la posibilidad de mi muerte?
3) ¿Soy capaz de descubrir la presencia de Dios en medio de mis fracasos?
4) ¿Cómo he intentado hacer conciencia, en los planes de mi vida, que “sólo Dios basta”?

Erick Fernando