
-John Sobrino-
En la vida cotidiana se hace uso de frases hechas para expresar admiración, gusto, susto, disgusto, acuerdo o desacuerdo, por ejemplo: ¡Oh, por Dios! ¡Que Dios nos proteja! ¡Dios mío! ¡Santo Dios! ¡Que Dios te bendiga! ¡Ve con Dios! ¡Quiera Dios! ¡Sabrá Dios! ¡Válgame Dios! ¡Primero Dios! ¡Gracias a Dios! Por mencionar algunas. Sin embargo, aunque éstas sean frases hechas o simples exclamaciones, cabe preguntar ¿a qué nos referimos al hablar de “Dios”? Ya que pareciera un término que puede ser usado para cualquier ocasión, pero que en determinadas situaciones puede causar equívocos, confusión o desacuerdos. De este modo, el término “Dios” no es tan inmediato, ni asequible, ni presente, no siempre familiar y en consecuencia, no tan fácil de postular como el “gran dato”, tal como algunos hombres de la Ilustración pretendían plantearlo.
Con todo y a pesar de que en nuestros días el concepto “Dios” no parece ser un dato seguro, especialmente para la filosofía y la ciencia, no podemos dejar de lado el hecho de que es actual y que para un amplio sector de la población, particularmente para la gente sencilla, “Dios” no es sólo un concepto, sino toda una realidad, y una realidad que fundamenta y sustenta sus propias vidas.
Ahora bien, para creyentes y ateos, en sus vertientes radicales, no existe tal cuestionamiento sobre Dios, a unos por convencidos y a otros por descreídos. No obstante, hay un sector intermedio de personas que se debaten entre el “sí y el no” de la fe, que están a un paso de la creencia y a otro de la increencia. Sería injusto tacharlos de “tibios” cuando lo que buscan es poder hablar con sentido sobre la realidad divina de frente al mal, la verdad, el amor, la muerte, el absurdo y todo lo que aqueja a la existencia humana y se preguntan por Dios, por el hombre y por el mundo.
Con todo y a pesar de que en nuestros días el concepto “Dios” no parece ser un dato seguro, especialmente para la filosofía y la ciencia, no podemos dejar de lado el hecho de que es actual y que para un amplio sector de la población, particularmente para la gente sencilla, “Dios” no es sólo un concepto, sino toda una realidad, y una realidad que fundamenta y sustenta sus propias vidas.
Ahora bien, para creyentes y ateos, en sus vertientes radicales, no existe tal cuestionamiento sobre Dios, a unos por convencidos y a otros por descreídos. No obstante, hay un sector intermedio de personas que se debaten entre el “sí y el no” de la fe, que están a un paso de la creencia y a otro de la increencia. Sería injusto tacharlos de “tibios” cuando lo que buscan es poder hablar con sentido sobre la realidad divina de frente al mal, la verdad, el amor, la muerte, el absurdo y todo lo que aqueja a la existencia humana y se preguntan por Dios, por el hombre y por el mundo.

En este sentido, en tanto que la libertad no nos proviene ni de nosotros mismos ni de los entes con los que nos relacionamos tenemos que pensar que esta libertad sea algo fuera de nosotros y además fuera de la naturaleza. Necesitamos considerar que la libertad tiene su origen, si es que puede decirse así, en algo extra humano y nos viene dada como algo regalado, es decir como algo no obtenido a base de esfuerzo humano. Sin embargo, tanto Dios como la Nada resultan ser algo extrahumano, por lo que cabe preguntarnos si algunos de ellos es el fundamento último que buscamos y si elegir a uno anula al otro.
Considérese que la condición del hombre es de inseguridad, de incertidumbre y esto lo conduce a un estado de miedo ante el riesgo de la contingencia de todo lo humano. De hecho, es justo la contingencia humana la que hace volver la mirada al que interroga a lo trascendente en un intento por conquistar el control y la disponibilidad de lo indisponible. Aquí cabe hacernos otra pregunta, entonces ¿recurrir a Dios es salvación o condena? Es decir, ¿se recurre a Dios como solución a la contingencia humana o sólo como evasión y anestesiamiento de una nota constitutiva del hombre?

Una teología espiritual no significa, por lo tanto, ignorar las exigencias de su propio quehacer ni suplirlas voluntaristamente con un lenguaje espiritualista o emocional. Una teología toda ella espiritual debe propiciar ánimo para la vida cristiana, dar vida y unificar todas sus dimensiones y contenidos. Para ello debe remitirse a una experiencia espiritual originante, mantenerla y abrirla siempre a la historia.
No podemos dejar de considerar al reflexionar sobre la realidad de Dios la responsabilidad y el compromiso que el hablar acerca de Dios imprime en la atención al más necesitado. Esta es la enseñanza evangélica, por excelencia, que ofrece Jesús de Nazaret: a Dios se le encuentra y se le atiende en el hermano, especialmente en el marginado. De este modo, ya sea como experiencia de sentido último o como experiencia de encuentro, la actitud cristiana ve en Dios una respuesta a su existencia. Pero la conciencia de dependencia y obligación conlleva unas condiciones antropológicas concretas para poder ser verdaderamente de carácter religioso: ha de tener como finalidad humanizar al hombre y favorecer su cumplimiento como persona sin absorción ni apoderamiento. Además, no ha de perder de vista que solo ama a Dios quien se ha experimentado amado por él, con lo que aun cuando la religión sea experiencia humana tiene un sustento extra o sobre-humano, es decir divino.
De este modo, no basta que la teología hable ACERCA DE DIOS, sino que tiene que dejar hablar A DIOS, y además, mover a que el hombre hable CON DIOS y remitir al hombre a Dios. Por tanto, el contenido teológico debe ayudar realmente a hacer la experiencia de Dios.

Ante esta realidad, hay que reconocer que, no cualquier tipo de cristianos, pero sí los cristianos políticos, son atacados, difamados, amenazados, expulsados, capturados, torturados y amenazados. Si tanta sangre derramada de obispos, presbíteros, religiosas, catequistas, delegados de la palabra y también de cristianos que son campesinos, obreros, sindicalistas y combatientes, no convenciera de que lo político es un ámbito propio para la santidad; más aún, de que en la actualidad la santidad pasa normalmente por lo político, no habría discurso teológico capaz de convencer de ello. Pero quien no se convenciera, al menos ante algunos casos evidentes, tampoco podría interpretar la muerte de Jesús como la muerte del justo, sino que sólo le quedaría la alternativa de interpretar la muerte de un blasfemo y subversivo, tal como lo deseaban los poderosos de su tiempo.

Erick Fernando